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"Mongo y el Ángel" -MI CRITICA-

El "Teatro del Pueblo" desde sus comienzos ya marcaba un centro de creación alternativa, de contenidos profundos y lugar de encuentro de teatreros porteños. Hoy, ya instalado en un espacio precioso en Almagro, se repite esa sensación vivida tiempo atrás.

"Mongo y el Ángel" representa todo lo onírico de este lugar, una preciosa pieza que no busca convencer ni complacer sino que, en estos tiempos que corren, su objetivo es despertar lo adormecido en el público, como pretende el personaje de Ángel ante una sociedad aletargada.

La obra de tres personajes, escrita con mucha sensibilidad por Héctor Oliboni, surca temáticas sensibles y emotivas: la empatía, las necesidades materiales, los sueños, los anhelos y la suerte de tener cerca a personas que iluminan, aunque sea un instante nuestra vida.

Nunca sabremos que sucede con estos personajes marginales, dos cirujas y una prostituta, como si de un tango se tratara; justamente la pieza exuda nostalgia y nunca estamos seguros si son reales, presentes o almas vagando entre nosotros.

Las actuaciones son brillantes, una obra que en la parte actoral gana muchísimo. Martín Urbaneja, actor de madera teatral, en un papel totalmente diferente a lo que estamos acostumbrados a verle, con su Pino juega, se divierte, oscilando entre matices interpretativos; su apariencia física, que es irreconocible, se une a su plasticidad escénica y logra una criatura querible y una actuación meritoria. Pero tanto Silvina Katz, gran actriz, que supimos ver mucho en esas obras que forman el selecto grupo del boca en boca y Bautista Duarte están realmente estupendos, con una química muy lograda, que hacen que el espectador siga la historia con interés y el corazón en la mano.

No puedo dejar de mencionar que el resultado de la propuesta también tiene que ver con el ojo delicado, sensible y oportuno de su director Marcelo Velázquez.

"Mongo y el Ángel" es una obra que funciona en su sencillez, en su armonía actoral y en una historia que te deja pensando aún luego de la función.


GUSTAVO SCUDERI




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